jueves, 5 de enero de 2012

INAMBÚ, MARTINETA O PERDÍZ (Flia. Tinamidae)

Perdiz chica común (Nothura maculosa)
Cuando los españoles llegaron a América encontraron un grupo de aves que denominaron perdices por su semejanza con las homónimas de Europa. Sin embargo su semejanza es solo superficial, ya que no están emparentadas, y poseen costumbres diferentes. Las perdices americanas, mejor llamadas “inambúes”- nombre dado por los Guaraníes- son aves caminadoras, lejanamente emparentadas con el ñandú.


Así el orden Tinamiformes, conocido vulgarmente como tinamúes se encuentra distribuido desde México hasta la Patagonia con varios géneros.

Raramente vuelan (solo cuando están en peligro), y lo hacen en vuelo bajo y corto. Se alimentan de hierbas, semillas e insectos. La mayoría habita tierras bajas de América, preferentemente bosques y montes, aunque algunas especies se hallan en pastizales. Son difíciles de ver, y se las suele encontrar a orillas de montes y caminos, siendo común escuchar su canto al amanecer o al atardecer y después de la lluvia.

Ponen huevos de colores variados y cascara dura como porcelana, los cuales son incubados por el macho.


El siguiente cuadro, basado en Bertelli & Porzecanski (2004), muestra las relaciones entre los distintos géneros de tinámidos:




 INAMBÚES


Copetona, martineta del quebracho o martineta chaqueña
(Eudromia formosa)
De aproximadamente 39 cm de alto. La parte superior del cuerpo presenta un color marrón grisáceo-negruzca con unos pequeños puntos blancos dispersos. Su parte inferior del cuerpo es en cambio de color pálido casi blanquecino.
Su cabeza tiene una cresta negra, siendo su cuello largo, delgado y recto. Tiene una banda oscura detrás de los ojos, es bordeado por encima y por debajo de rayas blancas.

Colorada o martineta de alas coloradas
(Rhynchotus rufescens)
Es una especie que mide 44 cm, postura encorvada, cabeza negra, con las primarias de las alas rojas. Con un peso promedio de 803 gr en machos y 886 gr en hembras, en especies capturadas en estado silvestre. El macho posee organo copulador (pene). Cuando el animal se siente bajo amenaza, en la parte superior de la cabeza eriza sus plumas, caracteristica por la cual también se la conoce como Falsa Copetona. Los huevos son un poco mas chicos que el de la gallina, y son de color marron oscuro y son muy brillantes.

Montaráz o tinamo de la hierba 
(Nothoprocta cinerascens)
 Tiene aproximadamente 31.5 cm. de alto y pesa 540 gr.
Sus partes superiores son gris oliva a marrón con negro y prominente rayado con blanco. Su corona es de color negro, los lados de su cabeza y su garganta son de color blanco, su garganta es negro, su pecho es gris con manchas blancas, y su vientre es blanquecino. Sus patas son de color gris oscuro. La hembra es más grande y más oscura

Perdíz chica, común, inambú (guaraní), yuto (quechua)
(Nothura maculosa)
Mide entre 24-26 cm de longitud y pesa de 162-303 g (macho) y 164-340 g (hembra). Coloración muy variable, con la parte superior más oscura. La coloración principal es parda ocrácea con manchas negras a lo que alude su nombre específico (maculosa, "manchada"). El nido lo hace en una depresión en el suelo, debajo de matas de pasto, pone de 4 a 6 huevos de coloración marrón al vinaceo.

Tataupá listado o tinamú ondulado 
(Crypturellus undulatus)
Crypturellus está formado por tres palabras pertenecientes al griego o al latin. Kruptos significa oculto o escondido, Oura seria cola y Ellus diminuto o pequeño. Por lo tanto Crypturellus significaria pequeña cola escondida. Es un pájaro tímido y reservado. Mide aproximadamente 30 cm de longitud.







Fragmento de "Mancuello y la perdíz"
(Cuento paraguayo)
  • El cielo se descompuso desde la siesta, pero ya menguaba la tarde y aún no quería llover.
  • Tranquilo y minucioso, el hombre en el patio sujetó firmemente, con tres prensillas (1), la argolla de metal blanco al poste de urunde’ymí lampino (2) que estaba enclavado en ese lugar quién sabe desde cuándo. Después se sentó en la banqueta que habría conseguido en el galpón (3), y se puso a costurear (4) sus riendas.
  • De pie en el último escalón de la corta escalera que subía del patio, y recostado en uno de los gruesos pilares del corredor, el niño callado miraba desde lo alto. Frente a él, a menos de un kilómetro, la extensa ceja oscura de la selva (5) definía el Norte.
  • Concentrado, el peón cosía los tientos superpuestos con una enorme aguja corva que casi era una alesna. La costura avanzaba, faenosa pero eficaz. En primer término forzaba un agujero desde el revés de una de las tiras, rotando el puño; seguidamente traía hacia sí la aguja y reproducía la operación, esta vez del derecho y un poco más abajo; añudaba (7) luego con destreza los ojalillos de liña (8), y concluía uniendo en definitiva los cueros con un seco tirón.
  • Mientras el niño observaba el trabajo, el agobio del calor prensaba la sangre. No había un soplo de viento; no se escuchaba un solo batir de alas, ni la caída de una mínima hoja, ni el ruido de pasos en el incierto interior de la casa; del monte lejano y la suelta llanura no llegaba el más tenue sonido animal o cristiano. Sustentado en el tremendo silencio, el amenazo (9) dispensaba al crepúsculo un aire recogido y sin embargo ansioso, como si el universo temiera y deseara a un propio tiempo la tormenta.
  • Ahora una cargazón de nubes andrajosas, empujándose las unas a las otras, colmaba rápido el Oeste. Sofocado, el muchacho husmeó levantando la quijada, como un torito sediento.
  • -Va a llover -su voz apenas desgajó el silencio-. Va a llover - reiteró, pero la afirmación ya era también una pregunta.
  • -Hace demasiado que dura esta seca (10), y a según (11) dicen los indios, cuanto más se alarga más cerca está la lluvia -murmuró el hombre sin apañar los ojos de su labor-. Ha de llover, cómo no -agregó fuerte, mientras señalaba un trozo de horizonte sajado de incesantes relámpagos:
  • -Poniente nunca miente.
  • -¿Nunca? -Parecía que iba a oscurecer. El niño miro a su turno el repetido, lívido esplendor, y sólo en ese instante se extrañó que no se oyeran los truenos.
  • -Así se dice-manifestó vagamente el arriero, y como si le hubiera acertado el pensamiento añadió-: Los rayos están cayendo del otro lado. Puede que ya llueva allá, pero es mucha la distancia como para que se sienta tronar; vamos a escuchar el sunú solamente cuando este nubarrón pase sobre nuestras cabezas. Y por cierto, aquéllos son resplandores-machos; si fueran resplandores-hembras, no hubiésemos divisado las chispas que encienden los cielos; por eso, segurísimo lloverá. -Al igual que todos los hombres que el niño había conocido, éste era parco de ademanes, pero las veces que accionaba sus manos tapaban la vista del patio: tan grandes eran.
  • Al callar el hombre principiaron los silbidos. Hincando el angustiado aire inmóvil, partió el primer silbo desde algún sitio imprecisable en la larga orilla verdinegra del monte; después de una pausa, tornó a transgredir la tarde otro silbido, enseguida otro, y otro más.
  • En realidad, se trataba de un son de cinco tonos: el segundo y el final agudos, el inicial y el cuarto bajos y el tercero apagado, en sordina.
  • -¿Qué es eso, che patrón? -el chico advirtió la inflexión divertida y astuta, como si el hombre se propusiera, en una especie de examen improvisado, informal, requerirle cuánto sabía acerca del motivo de las cosas.
  • Con seriedad, el niño admitió el tácito juego.
  • -Una perdiz -respondió-, seguramente.
  • -Eso era. ¿Y qué clase de perdiz? -en la luz que ya mezquinaba, el niño creyó notar que el otro había sonreído sin despegar los labios.
  • -La perdiz -el niño titubeó- kogoé.
  • -¡Eso es, muy bien! -aprobó el peón-. La ynambú kogoé. Ahora siguió-. ¿Qué quiere decir el silbido de esa ave? -y, con suavidad, silbó exactamente lo mismo que la perdiz. Tal un eco al momento, el silbo se escuchó de nuevo, tan penetrante que parecía salir de algún rincón del patio.
  • El muchachito, asombrado, escudriñó ante sí mientras el hombre explicaba:-Nos parece nomás (12) cerca, pero siempre es allá en la costa del monte, ¿Y después? -insistió.
  • El niño pensó antes de replicar. Tenía siete para ocho años y ya los grandes árboles de las isleñas y cada matita azul en la llanura, la media-noche y la madrugada de las bestias y los pájaros, el agua detenida de los bañados y el ímpetu de la correntada, las mágicas siestas, el palmar altanero y el motor inmemorial de los vientos le habían enseñado libremente sus rezumos secretos y la salvaje vastedad de sus sorpresas. Era pequeño aún y lo sabía, pero asimismo estaba seguro de su baqueanía (13) de conocer tanto el campo limpio como el monte endiablado.
  • Recordó además que, en alguna ocasión, su madre le iluminó el sentido de un silbo similar. También Don Espíndola (14), un viejo domador que trabajó en el establecimiento durante la marcación (15) anterior y era un karaí de lo más sabio, le había informado sobre la significación de un silbido semejante.
  • Pero no dijo nada de todo esto. Con convicción, se redujo a contestar:
  • -«A-quiés-ta-mos-dos.»
  • -No, no; ahí erraste, patroncito -repuso el hombre. Era patente su decepción-. «Mo-kôi-ko-roi-mé», «mo-kôi-ko-roi-mé» -repitió en falsete el silabeo del niño-. Eso no dice la perdiz kogoé -corrigió, moviendo la cabeza-. Así dice la perdiz tataupá-. El hombre no habló más.
  • .
  • Continuaba con su ocupación. Reajustó uno de los corredores de lonja en torno al arranque de las riendas, junto al aro metálico; dio todavía unas cuantas puntadas concienzudas y al fin afirmó reposadamente:
  • -No vale que se equivoque, che patrón’í. «A-quiés-ta-mos-dos» es el dicho de la ynambú tataupá, que es de laya muy otra de la ynambú kogoé; para empezar, la tataupá anda por el monte cerrado y recorre hacia esos barreros más escondidos, mientras tanto que la kogoé nunca entra donde están las matas-de-árboles-cimientos. Pero tampoco se deja ver en el campo abierto; vive siempre en el labio de la selva, entre el karaguataty jeré tupido: allí escarba y come y se acuesta y silba y moja el pico (sin beber jamás) en la lluvia reunida en el cuenco de la roseta del así llamado caraguatá-de-agua, y también caraguatá-alesna por la tamaña espina que le sale en la punta de cada una de sus hojas, igual luego a esta aguja que estoy usando. Por su lado, la tataupá (que por algo se le califica de perdiz lecho-del-fuego) es más linda que la perdiz kogoé. Y más chica también-acabó.
  • Volvió a sonar el silbato silvestre, muy al norte. Pareció entonces que las cinco notas fuesen la convocatoria de un encantamiento: una muchedumbre de susurros y fragores irrumpió en el atardecer, pero no con una algarabía insensata sino al contrario, componiendo un acorde que en cierto modo era un contrapunto, cuya clave cabía interpretar. Al inicio fue, desvalido, un ternerito en el corral, y de inmediato el grave mugir de la madre desde el piquete cercano; después, un grito subido de mujer llamando a alguien en las casas de la peonada, y en seguida el llanto inútil de una criatura, hacia la cocina; luego, del lado de una de las isletas al sur, el plañido de un zorro de-manos-chatas, al que retrucó el airado guahú de uno de los perros (probablemente Etcétera), ahora descendía de una de las ovenias, al costado de la casa, la canción lamentable de un casal (16) de piriritas, y al segundo el agrio, agudo plagueo de una bandada de cotorras centroamarillas rezagada que, asistida por el viento de arriba, enderezaba de prisa a su dormidero, en tanto que las primeras rachas comprimían levemente las copas del naranjal que limitaba el casco de la estancia al oeste y alabeaban (17) el maciegal hasta sus confines, mientras diminutas tolvaneras (18), multiplicándose en las arenas del patio, se erguían y consumían en el acto.
  • Ya se disponía a refrescar. Ahí el niño supo descubrir que los animales y los humanos,
  • las plantas y la tierra, aceptaban naturalmente la tormenta y suspiró, porque su pecho iba recibiendo una mixtura de alivio y comprensión.
  • -Sí señor, así es -prosiguió el hombre, con la misma lentitud-Resultase que la perdiz tataupá es el alimento preferido del jaguar, tal como a ustedes los chicos les gusta lo dulce, o a nosotros arrieros el aperitar (19). Dicen que si el tigre, mientras está pescando en el monte para saltar por alguna su carnada, olfatea por casualidad a la tataupá o escucha que se va acercando, deja pasar por su lado sin hacerle caso al jabalí mandíbula-blanca, al tapir, al venadito-de-cuello-negro, al tamanduá pequeño, al pecarí con-dientes-que-laten, a ese gran chancho (20) del monte nombrado taguá y hasta al venado colorado, porque se encapricha y sólo la tataupá quiere para su almuerzo. Otras veces, estando ya por morir de hambre, el jaguareté desprecia un toruno gordo o una de esas tropadas (21) de vaquillonas (22) tontas que se rejuntan de balde por el campo, la que no le sería ni un poco difícil de agarrar (ya que se le puede arrimar haciendo escándalo o inclusive a favor del viento), para pasarse los tiempos siguiendo el carril de la ynambú tataupá: es que le gusta demasiado la carne de ese bicho. Y qué le vamos a hacer -reflexionó-. Dios hizo al tigre de esa condición, y así tiene que morir.
  • -Por eso, patrón’í -finalizó-, apenas la perdiz tataupá siente al jaguareté se desespera y silba como último recurso «mo-kôi-ko-roi-mé»; entonces el otro cree que están entre dos y huye. Porque el jaguar, che compañero, en contadas ocasiones ataca de frente; únicamente cuando está cebado de indios, o cuando va herido, o cuando tiene cría chica, o cuando le persiguen perros tigreros y se esconde en un javorái, para poder atropellarles de golpe desde el mismo matorral, y también cuando sopla Norte, y por tanto está de malhumor y le duelen los huesos.
  • Pero fuera de estas oportunidades, siempre por detrás, con deslealdad (23). De allí es que tiene el temor que a él le sorprendan igualmente por la espalda; entonces, suponiendo que son dos sus enemigos, calcula que mientras le llega todo al primero, el segundo se le va a encaramar por su lomo. Y como es de corazón-algodonoso, más que mete la cola en las entrepiernas y dispara, se va.
  • En aquel momento comenzó a tronar sorda y despaciosamente, lo mismo que si el sonido borbotease de una hondura de la tierra. A lo lejos, regresó el silbido.
  • Pero el cóncavo retumbo no cejaba más, como si tronara desde siempre. Simultáneamente, los silbos se sucedían con igual persistencia por encima del tormentoso rumor, unos remotos, otros cercanos. Y por la primera vez, el niño discernió en esos silbidos un sigiloso y, no obstante, nítido horror, como si la avecilla fuese la única criatura en el mundo que rehusara la inminencia de la tempestad.
  • -Y sí pues: tiene miedo demás del amenazo -confirmó el otro alegremente, y el niño ya no se admiró de que le adivinasen de nuevo lo que pensaba. Pero en ese instante el arriero terminaba algo que había estado diciendo:
  • -...así que no va a llover hasta dentro de media hora, y tampoco puedo costurear bien con la luz escasa de manera que, si gusta, le voy a contar qué quiere decir la perdiz kogoé con sus silbidos y de dónde brota su pavor. Y si le llama su mamita o su taita (24), dejamos nomás para otro día, patrón.
  • -Listo -dijo simplemente el chico, y se sentó en el último peldaño.
  • Caía el veloz anochecer, perseveraba el ininterrumpido retronar y, como siempre ocurre, la lluvia próxima era precedida por su compacto perfume elemental. El hombre se acomodó con dificultad en el asiento estrecho, en dirección a su oyente, y con acento que ganaba el sununú empezó la relación. A pesar de la sombra crecida, el niño distinguía aún el moreno rostro cenceño y el brillo agradable de la sonrisa.


(1) Prensillas: Presillas. Vulgarismo del español paraguayo.
(2) Lampino: Lampiño. Español paraguayo.
(3) Galpón: Cobertizo grande con paredes o sin ellas para preservarse de la intemperie o para guardar herramientas, aperos y utensilios diversos.
(4) Costurear. Coser. Esta forma es frecuente en Paraguay, Argentina, Centroamérica, Chile y México.
(5) Ceja oscura de la selva: Locución del español paraguayo con que se designa al borde del bosque visto desde la distancia. Se usa también en Bolivia y Argentina.
(6) Alesna: Forma arcaica de lezna, instrumento que se compone de un hierrecillo con punta muy fina y un mango de madera, que usan los zapateros y otros artesanos para agujerear, coser y pespuntar.
(7) Añudar: Uso vulgar arcaico de anudar.
(8) Liña: cordel. Uno de los significados de la palabra latina línea era hilo de lino, del que procede el significado original del término, hebra de lino. Es un arcaísmo que pervive en el español paraguayo.
(9) Amenazo: Arcaísmo (amenaza en género masculino) que en el español paraguayo sigue usándose para designar los momentos previos al estallido de una tormenta.
(10) Seca: Sequía.
(11) A según: En el español paraguayo coloquial es frecuente encontrar dos preposiciones en un sintagma. Generalmente, la primera es suprimible mientras que la segunda es la de valor gramatical. En la obra aparecen bastantes formas de este tipo.
(12) Nomás: Sólo o además en la mayor parte de los países hispanoamericanos.
(13) Baqueanía: Neologismo popular derivado de baqueano, guía, conductor en los caminos a campo a través y por la espesura de los montes. Baqueanía es, por tanto, condición de baqueano.
(14) Espíndola: Forma arcaica del apellido Espinóla. En catalán se conserva la combinación consonántica nd en palabras como píndola, que significa píldora.
(15) Marcación: Americanismo. Operación de marcar el ganado en las haciendas con la marca de hierro al rojo vivo.
(16) Casal: En los países del Cono Sur, pareja de macho y hembra.
(17) Alabeaban: Curvaban.
(18) Tolvaneras: Remolinos de polvo.
(19) Aperitar. En castellano paraguayo tomar el aperitivo, y por extensión, ingerir bebidas alcohólicas a cualquier hora.
(20) Chancho: Cerdo, en América Latina.
(21) Tropadas: Grupo de numerosos animales vacunos en español paraguayo. Esta voz tiene connotación despectiva como la acepción figurada de “rebaño”
(22) Vaquillonas: Vaquillas de más de dos años, aptas ya para servicio.
(23) Deslealdad: Forma arcaica de deslealtad, que subsiste en el español paraguayo.
(24) Taitá: Papá, padre. Hispanismo que se usa comúnmente en guaraní. Tiene un tratamiento de respeto al padre en toda Sudaméric.



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